viernes, 18 de julio de 2008

Universidad, productividad y soberanía alimentaria

En vísperas de consolidar la revolución sociopolítica en Venezuela y, con ánimos de compartir lo mejor de nuestro proceso con la región latinoamericana y caribeña, hacemos un desconcertante viraje en la búsqueda de responsables a tan grave problema de dependencia tecnológica y ausencia de soberanía alimentaria en la mayoría de nuestros pueblos. Hasta ahora, siempre creímos que los enemigos de ultramar especializaban sus tentáculos al cercenamiento y asfixia de nuestras iniciativas de integración social, tecnológica y económica.

No obstante, uno de los más eficientes tentáculos se ha colado por uno de los puntos más vulnerables de nuestra estructura de cambios: nos referimos al manejo del conocimiento científico tecnológico. Y este tal vez sea el punto de partida para reorientar la visión crítica que tenemos de un proceso que merece urgente reimpulso, cuyo ascenso depende de la rectificación pero, siempre que la revisión de base parta de la desprogramación de los estándares que aun continúan rigiendo el diseño y ejecución de políticas de desarrollo agroalimentario en Venezuela y muchas naciones de la región.


En este sentido, cuando las instituciones creadas para la formación académica y el desarrollo científico tecnológico, no son capaces de generar soluciones que aborden el aspecto específico de la productividad, es decir, rendimientos por hectárea de rubros agrícolas (bien sea toneladas, kilogramos o quintales cosechados dentro de un mismo ciclo de cultivo y en 10.000 mts2 de siembra, y bajo ciertos estándares de mediana densidad de plantación) o de rubros pecuarios (por ejemplo la cantidad de leche ordeñada por ubre/día), lamentablemente los gigantescos esfuerzos del gobierno nacional sucumben ante uno de los mayores enemigos de nuestra revolución: la ineficiencia académica en cuanto a aplicaciones productivas probadas se refiere.

Esto ha generado todo un proceso de distorsión tanto de la real valoración de los costos y precios en el mercado agroalimentario, como de la posibilidad cada vez menos cierta de proteger importantes áreas naturales hidro estratégicas para el desarrollo nacional, por la permanente expansión de la frontera agrícola en búsqueda de compensar la improductividad agrícola.


Al parecer, pueblo y gobierno hemos abordado el problema de manera circular y a veces tangencial en torno al verdadero problema, pero rara vez de forma estructural y radical, lo cual debe ser orientación y acción de todo proceso revolucionario.

A pesar de conocerse registros (reportajes nacionales e internacionales) de excelentes rendimientos en diversos rubros, por parte de numerosos productores esparcidos por todo el país, por el hecho de emplear tecnologías que pudiesen dejar en entredicho a complejas investigaciones universitarias, se ha ocultado información valiosa a la población y los organismos competentes en la materia, por lo que han bajado línea ininterrumpidamente en los últimos 40 años, e incluso hoy día, para impedir la publicación masiva de lo que pudiese ser demoledor para las estructuras académicas de nuestras facultades de agronomía y de economía agrícola.

¿Cómo redimensionar entonces, el rol e impacto de las universidades, en cuanto al rescate de tecnologías no certificadas pero de grandes resultados? Es indispensable una urgente y objetiva valoración del impacto real que hemos logrado las universidades nacionales y los centros formales de investigación, tomando como base el manejo de recursos propios y transferidos a estas instituciones en las últimas décadas.

Las facultades y escuelas de Economía, Administración, Contaduría, Derecho, Ingeniería, entre otras, poco, increíblemente ¿Cómo redimensionar entonces, el rol e impacto de las universidades, en cuanto al rescate de tecnologías no certificadas pero de grandes resultados? Es indispensable una urgente y objetiva valoración del impacto real que hemos logrado las universidades nacionales y los centros formales de investigación, tomando como base el manejo de recursos propios y transferidos a estas instituciones en las últimas décadas.

Las facultades y escuelas de Economía, Administración, Contaduría, Derecho, Ingeniería, entre otras, poco, increíblemente poco abordaje y aporte hacemos a sectores determinantes para el desarrollo nacional y desconcentración poblacional, como la agricultura y el ambiente (y en buena parte el turismo). Hemos dado la espalda al 90% del territorio nacional, como también a nuestras raíces y a nuestro entorno natural, único sustento del resto de los sectores de la economía.

Aparte, las facultades de agronomía fueron encapsuladas y aisladas de manera deliberada, tanto así, que escuelas de Antropología, Historia y Sociología, tan importantes para traer a la actualidad conocimientos clave de nuestras comunidades originarias respecto al manejo de sistemas de riego, control de plagas, rotación de cultivos, control de la erosión, técnicas para la sustentabilidad del conuco, etc., poco aporte aplicable al agro han hecho, tal como se puede comprobar en las salas de referencia de dichas facultades, donde la proporción de estudios aplicados al tema son tan escasos, que se hace insignificante la lectura estadística.

Es así como la distribución de la riqueza asociada a los beneficios generados en toda la cadena agroproductiva, desde los productores primarios, pasando por la agroindustria, hasta el comercio de los productos procesados, ha sido considerablemente injusta, al ver que quienes más se esfuerzan, esperan y arriesgan, como los son los productores primarios, son los que menos participan en los beneficios globales de toda la cadena agroproductiva.

En consecuencia, por más inversión económica que haga el gobierno nacional, si no se logra un vuelco conceptual y tecnológico real a partir de los ministerios de Educación; Educación Superior; Ciencia y Tecnología; y Agricultura y Tierras, hacia logros realmente productivos, aspectos como revolución económica y soberanía nacional, serán cada vez más difíciles de alcanzar respecto al enorme nivel de expectativas creadas sobre una población esperanzada en la visión de país que muchos soñamos y estamos empeñados en construir y consolidar cada vez más.


Por: Samuel Scarpato Mejut0

Docente e investigador adscrito a la Universidad Centroccidental Lisardo Alvarado. Consultor en economía agrícola y desarrollo sustentable.
samscarpato@yahoo.com

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